¿Es la era de los discursos de odio?

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Son las dos de la mañana y todavía estás viendo como dos personas discuten en una publicación con la review de tu libro favorito pero el debate ha girado algunos grados y poco a poco va levantando temperatura. ¿Cómo es que llegaron desde “este libro no debería estar publicado” a “sos tremendo disléxico” y “manejate que nadie te hablo a vos”? Nosotros nos hacemos esa misma pregunta en este artículo.

A lo largo del tiempo las redes sociales han podido definirse como espacios horizontales, transformadores política y socialmente hablando e inclusive, como un lugar de “autocomunicación de masas” según Manuel Castells.

A lo que se refería el sociólogo Castells con esa afirmación, era al potencial innegable de participación que las redes proponen. Permiten que cada usuario comparta su manera de pensar, intercambie opiniones y resuene o no, con algunas otras.

En ese terreno de horizontalidad que internet siembra, una falsa democratización pareciera dibujarse ante diversos cambios sociales y políticos que vive la humanidad. Sobre este mismo punto el investigador Evgeny Morozov, mencionaba que Internet no “conduce necesariamente al respeto universal de los derechos humanos”.

Basta con scrollear twitter, facebook o pasear por los comentarios colgados en portales de noticias, para dar con discursos que poco tienen que ver con el eje temático, donde prolifera el señalamiento moralista y donde el odio parece germinar.

Entonces, ¿vivimos en la época del señalamiento?

Es el filósofo Mark Fisher quien en su ensayo “Salir del castillo del vampiro” plantea una fuerte conexión de la necesidad inherente que tenemos de culpar a alguien con los discursos moralistas que las mismas redes sociales permiten en su horizontalidad.  

El efecto multiplicador de las redes sociales nos da pie para convertir un determinado mensaje en un fenómeno de transmisión exponencial, dando lugar a lo que se denomina metafóricamente como “viralizaciones”.

La permanencia de los contenidos, la itinerancia entre diferentes plataformas, el uso de pseudónimos, el anonimato, y la transnacionalidad son otras particularidades del espacio online que añaden desafíos en relación con el discurso del odio

Así como muchos movimientos emancipadores o de conciencia mundial han demostrado el punto esperanzador del uso de redes sociales, también lo han hecho en dirección opuesta como el caso de la crisis desatada en Kenia tras las elecciones de diciembre de 2007. La propagación de mensajes incitadores a la violencia, a través de una variedad de foros en Internet tuvieron consecuencias mortales para miles de ciudadanos.

El espacio en redes es tan democrático que permite que cualquier usuario detrás de una pantalla llegue con su mensaje a legisladores, organizaciones gubernamentales, a colectivos, disidencias o cualquier agente social.

Cabe preguntarse si el mensaje, al margen de ser constructivo o no, sería el mismo si la persona se encuentra cara a cara con su destinatario. ¿Son las redes entonces un espacio facilitador para que usuarios se animen a levantar la voz y publicar su juicio?

En ocasiones, en el lenguaje coloquial nos referimos a Internet como un espacio “virtual”, adjetivo equívoco, en la medida en que se refiere a aquello “que tiene existencia aparente, pero no real” .

Esta sensación de “virtualidad”, como si lo que sucediera en Internet no fuera “tangible” y no tuviera repercusiones fuera de la red, también actúa como efecto desinhibidor para la expresión de los discursos extremos.

Sin duda que el canal social tiene la capacidad de difundir y replicar ciertos discursos pero también da lugar a que los intercambios de ideas pierdan su foco y qué tópico a tópico, acabe por reflejar respuestas de carácter moralista, expresiones de odio y de ataque a quien piensa diferente.

Cada vez resulta más fácil entender a Twitter como un foro de discusión donde frente a un tema puntual, nadie discute con nadie en términos de intercambio pero todos comparten lo que piensan de otros usuarios.

No podemos asegurar que estos comportamientos eran esperables pero ante las circunstancias cada vez son más las herramientas mediadoras que intentan extinguir el fuego de los discursos extremos.

Desde 2020 Facebook comprendió que no era suficiente apoyar diversidades para combatir el machismo, la homofobia, la xenofobia, la islamofobia (la lista resulta interminable). El hecho de que Facebook delimitara su voz no evitaría que la plataforma dejara de ser un espacio impune de ira y odio.

Ante la sobreabundancia comunicativa, Facebook ajustó sus políticas en derechos civiles y generó filtros y moderadores de mensajes. El problema es que muchas de estas acciones han sido catalogadas como censura y la facilidad con la que los neologismos crecen, hacen aún más difícil moderar cada expresión, publicación, comentario o fan page creada.

El papel de las políticas intermediarias en la comunicación digital, se convierte en el primer árbitro en la determinación de qué se puede decir y qué no. En este sentido, conviene recordar que las grandes redes sociales más usadas, tienen su sede en Estados Unidos, y por tanto, están imbuidas de la filosofía norteamericana, más defensora de una libertad de expresión más absoluta y más tolerante con ciertos discursos incitadores al odio.

Cada país y cada uso de redes sociales resulta un mundo de intercambios, pero es un hecho que el señalamiento y la intolerancia, proliferan sin importar el canal social, las palabras utilizadas o las políticas de redes existentes.  

En medio de todo este terreno las reflexiones surgen como preguntas sin respuesta. ¿Los movimientos de odio tienen más fuerza que aquellos que intentan combatirlo? ¿El uso de las redes sociales está condenado a ser el espacio elegido para señalar a otros? ¿Cuántos comentarios buenos encontraste hoy?  

Sofi

Medios digitales y Social Media